Su mirada fija en el horizonte tras esas oscuras lentes solares mientras oía música de su MP3 le daba la fuerza y la motivación necesaria. Tenía la técnica estudiada perfectamente, sabía lo que tenía que hacer. No le importaban los estiramientos de un engorilado emiliatope a escasos centímetros suyos, ni que nadie reparara en su presencia, se sabía capaz de lograrlo y con eso le bastaba.
Sonó el disparo y comenzó a correr; al principio tuvo dudas pero pronto alcanzó lo que tanto había estado buscando, aquello por lo que su vida tenía sentido: un minuto de gloria.
Desde entonces, el galgo mochilero es feliz.
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